LA DIOSA MADRE
En el principio era la Luz y la Diosa Madre. La Diosa parió una hija. Y el mundo estaba en quietud y luz, hasta que la hija de la Diosa parió un varón que se convirtió en militante belicoso, y como no había razón para las guerras, se las inventó, reclamando defensa de territorio para sus hembras y críos.
La Diosa no quiso guiarlo en guerras sangrientas contra sus hermanos. Furioso el hombre comenzó una idolatría nueva. Fabricó un Dios guerrero con barba blanca y le proclamó Rey del Universo. Su universo se convirtió en un campo de guerras y muerte, y la Diosa madre, confundida y triste, desapareció. Sólo vivía en el recuerdo de las hembras.
Incapaces de anular los veredictos de los hombres, las mujeres se confabularon para amarse unas a otras, prescindiendo de la estupidez del guerrero. El mundo se hace viejo, las guerras cubren la faz de la tierra y las hembras añoran a su madre y ruegan que un día cualquiera aparezca en el firmamento, a juzgar a los vivos y a los muertos.
Y su reino de paz no tendrá fin.
Carmen Amaralis Vega
LA IMAGEN SE PIERDE EN LA ESPALDA
La imagen en el espejo es la protagonista, ¿o será la abuela? La nieta se mira en el espejo; es la sombra que le habla.
- Sí, abuela, me encantan tus brazos desnudos, son redondos, firmes, fuertes. Cuando sea grande quiero tener tus brazos.
La señora se mira al espejo y nota que sus brazos son grandes, redondos y firmes. Están tan lejos aquellos flacos y frágiles.
¡Cuántas inyecciones de hierro tuvieron que resistir! ¡Qué terror!
-Te odio tío, siempre que vienes a visitarme me inyectas ese líquido rojo que arde tanto, te odio.
Entre la abuela y la nieta no hay distancia, solo una imagen reflejada con un rostro sin rocío, y una mirada perdida en las sombras de la habitación.
-¿Cómo pasa medio siglo sin darnos cuenta?
Le murmuran las paredes grises y frías. Un beso suave se le posa en las mejillas.
Le habla al espejo mirándose directo a los ojos, y un flujo seco le recorre la piel y se pierde en la espalda sin cobijo.
La mujer se aleja envuelta en su propia niebla, y en su mirada se enciende el brillo de la niña guardada en sus recuerdos.
Carmen Amaralis Vega