LA NIÑA DE DOS CABEZAS
Erase una vez una niña que tenía dos cabezas hermosas, vivía escondida en su mundo mágico y único. Ese mundo solo tenía dos espacios. Uno era oscuro y profundo, con imágenes de ángeles y santos crucificados con espadas y espinas, vírgenes de rostros hermosos y dragones enredados en sus pies. El otro espacio era limpio y suave, con mesita y lámparas para leer, almohadones para pensar y rincones de silencios para sentir.
La niña fue creciendo en sus dos mundos, y un día su cuerpo reventó en sentimientos encontrados, con una de sus cabezas razonaba su futuro en una nube de espiritualidad infinita, deseaba ser como aquellas vírgenes de mirada tierna y deseos sublimes, deseaba estar flotando en el azul inmenso y tocar las estrellas bendiciendo su entrega espiritual.
Pero la otra cabeza iba poco a poco reconociendo la ternura de su cuerpo que reventaba en botones y comenzaba a despertar a los deseos de su piel, su cabeza luchaba en contra de su desordenado apetito sensual, pero era muy fuerte su deseo de rozar otras pieles y sentir la suavidad de otra boca.
De noche sufría de sueños recurrentes. Las imágenes tomaban forma y le pedían se entregara en remolino al mundo mágico de los altares de su imaginación, y otras imágenes aparecían frotándola contra cuerpos desnudos y miradas lujuriosas. Cada noche su tortura se hacía más intensa e insoportable.
Al despertar se movía cansada hasta su espacio de sombras sagradas y rogaba terminaran aquellos sueños que la torturaban. Pedía con todas sus fuerzas convertirse en santa, olvidar su cuerpo hirviendo con deseos carnales, deseaba solo ser espíritu, estar envuelta en la dermis de Dios, y rendirse a la bondad infinita. Lo suplicaba por horas arrodillada en aquellas sombras sacras que la envolvían desde muy niña.
Su vida iba cambiando, siempre con una fatiga en el centro de su pecho, era taciturna, melancólica, introspectiva. Sus amigas imaginarias se burlaban de ella, pero la niña seguía rogando un día despertar con una sola cabeza que tuviera el balance normal, donde su espíritu y su cuerpo habitaran en un mundo que la aceptara como ella deseaba, ser una mujer que conociera el amor divino y el humano, sin seguir sufriendo la guerra que desde siempre era dirigida por sus dos cabezas.
Tanto rogó que una mañana despertó liviana, con alas ligeras como el viento, y pudo volar hasta donde sus nuevas alas le permitieron sin arrancar las raíces de sus piernas enterradas en las profundidades de sus ganas. Desde entonces vive llevando el secreto de su alma, y disfrutando de estar hecha de ala y raíz.
Carmen Amaralis Vega
REVENTARON LOS CEREZOS
Únicamente en las películas de guerras había visto yo un millar de orientales corriendo despavoridos de un lado para otro en total desconcierto. A derecha, a izquierda, trepados en escaleras, arrodillados olfateando la tierra y un centenar de escalofriantes situaciones más. Un caos total de seres humanos en frenesí con cámaras fotográficas en mano, tomando fotos en todas direcciones. Yo los seguía aturdida tratando de entender los rostros maravillados de mis compañeros de laboratorio.
Era el comienzo de la primavera, esa mañana hacía una brisa deliciosa, y en el aire se respiraba un delicado aroma a flores; indescifrable y sutil aroma totalmente nuevo para mis sentidos. Según me acercaba a los jardines del Instituto por el pasadizo que bordeaba a la derecha el edificio me tropezaba con algunos de los compañeros caminando apresurados.
Algún compañero se detuvo, y me gritó:
Dr. Vega, hurry up, you should not miss the sherry blossom (Dra. Vega, apúrese, no debe perderse el reventón de los cerezos). Casi sin saber por qué yo también comencé a caminar muy rápido, para detenerme de repente en el jardín del edificio ante el espectáculo más impactante que he vivido, con la excepción de las Cataratas del Iguazú en época de lluvias. Los árboles de cerezas estaban totalmente forrados de flores color rosa. Eran tantos y tan florecidos que el jardín lucía como imagino debe lucir el cielo de los querubines en primavera. ¡Dios mío, que belleza!
Al terminar la mañana me encontraba totalmente aturdida con un vértigo aromático de muerte. Mi jefe decidió que fuera su modelo para cientos de fotos. Me retrató con flores en las manos, con flores en la cabeza, sentada rodeada de flores, acostada sobre una roca y flores por todo mi cuerpo. Les confieso que me prometí ese día jamás acercarme a una floristería en todo lo que me quedara de vida.
Han pasado muchos años desde esa florecida hermosa que me convirtió en Ninfa de los cerezos, y ahora cada vez que llega la primavera me rio sola a carcajadas recordando a todos aquellos científicos con sus traseros colocados casi en mi rostro tomándoles fotos a las abejitas libando de las flores de cerezas en el suelo del jardín de RIKAGAKU KENKIUSHO, y disparando fotos en todas direcciones.
La vida a veces puede estar muy florecida, solo tememos que tolerarlo.
Carmen Amaralis Vega